Alegato por la profesionalización de la divulgación arqueológica

MESA I

AUTORA: Mª Engracia Muñoz-Santos
BLOG: Arqueología en mi Jardín


¿Cuántas veces ha ocurrido eso de que el congreso “paralelo” es mucho más provechoso que el propio congreso? Eso me ha pasado a mí. En Arqueonet2016 formaba parte de la Mesa I, que portaba el título “Redes Sociales y la difusión del Patrimonio Histórico”. El objetivo de la organización era crear un debate sobre este tema y para poder llevarlo a cabo nos llamaron a los espacios que estamos publicando en internet y que consideraron más interesantes: Andrea por Wazo, Enrique por su Bitácora de Jenri, Daniel Casado Rigalt por sus videos de divulgación en Arqueoudima, Mario por Mediterráneo Antiguo y a mí por Arqueología en mi Jardín.

La mesa tuvo poco tiempo y no existió el debate tan esperado, pero sí surgieron diversos temas que creo que necesitan un análisis más profundo. Aunque en mi blog he creado una entrada a fecha de 3 de noviembre y he dado algunas pinceladas, después de una conversación con José Manuel Illán de Appcultura (moderador de la mesa) han surgido algunos temas más que, a petición suya, aquí voy a dejar por escrito.

Comenzaré por el tema base: divulgación. Parece algo simple, pero no lo es. Cierto es que el objetivo de nuestros blogs y de muchos otros es la divulgación. Pero, ¿entendemos todos de la misma forma el significado de este concepto? Divulgar es “poner en conocimiento del público” (según la RAE). Ahora que ya conocemos el significado de esta palabra y podemos pasar a pensar en ¿qué divulgamos?, ¿cómo divulgamos? Y lo que es más importante, ¿para quiénes divulgamos? En la mesa quedó claramente respondida la primera pregunta. A las dos siguientes no dimos respuestas. Para contestar a cómo divulgamos podemos hacerlo desde dos puntos de vista: el contenido de nuestros espacios y (aunque parezca una tontería creo que es muy importante tenerlo en cuenta) la expresión de los contenidos, mejor dicho, la redacción. No es una cuestión falaz, muchas veces he oído o leído que tanto el contenido como la expresión debían ser de un cierto nivel, creo que es una gran equivocación. Dejar las cosas claras en expresión y contenidos no es tratar de tonto al lector, sino acercarle lo más posible aquello que queremos explicarle. Para poder conseguirlo debemos tener en cuenta la siguiente cuestión expuesta arriba, y que creo que es la más importante y la que siempre olvidamos: ¿Para quién divulgamos? Algunos autores tendrán un público seleccionado y sus entradas se dirigirán a ellos, pero… es algo irreal, me explico: es el público el que nos elige, no nosotros los que lo elegimos.

Un tema del que no se habló en la mesa y que creo que es imprescindible es el de la responsabilidad social. Los que somos divulgadores “profesionales” tenemos que tenerla siempre en cuenta. Cada vez somos más los espacios en internet que buscamos divulgar en arqueología/historia, los hay muy buenos, menos buenos y aquellos de los que mejor ni hablamos… Debemos aspirar a ser los primeros porque, de nuevo voy al tercer interrogante el párrafo anterior, nos debemos a nuestros lectores. Una mala divulgación puede hacer tanto daño como bien puede hacer una buena. De poco sirve dar explicaciones erróneas, que pueden ser como ese objeto extraño que nuestro organismo que se calcifica y se convierte en parte del mismo. La sociedad es el cuerpo y un mal dato puede hacer más daño del que pensamos. Voy a poner un ejemplo muy sencillo: un padre de familia lee en un blog de supuesta divulgación (voy a exagerar un poco si me lo permitís) que la Atlántida existió. ¿Qué ocurrirá cuando su hijo estudie historia y acuda con una duda a su padre? Él, fiándose de lo que ha leído, contestara lo que ha dado por válido. De esta forma, los datos que en nuestros blogs escribimos calan en los lectores, por lo que es nuestra obligación y nuestro deber, como divulgadores “profesionales”, evitar que esto ocurra en la medida de lo posible. Es complicado y utópico creer que podemos terminar con todos los blogs que hacen una supuesta buena divulgación, pero, ¿cómo puede saber el lector cuando una información es o no correcta?

Esto me lleva a algo que está rondándome por la cabeza desde hace tiempo: la “profesionalización” de la divulgación. Como en todos sitios hay buenos y malos profesionales, por supuesto, pero debemos velar por una correcta divulgación y no permitir que aquellos que han visto tres documentales y leído dos libros se erijan como “profesionales”. Esto no tiene nada que ver con los estudios realizados, sino con la preparación del divulgador y sobre todo con la metodología de acercamiento al conocimiento.

Se dijo en la mesa que no hacía falta esa “profesionalización” porque el tiempo pone a cada uno en su sitio y a la larga los malos espacios y la divulgación pseudocientífica o nefasta se caen de la red. No es cierto, lo que hacemos los divulgadores “profesionales” de verdad es girar la cabeza y cerrar los ojos a la evidencia y no podemos permitir que esto siga sucediendo por la, de nuevo repito, responsabilidad social que adquirimos al convertirnos en divulgadores. Voy a poner algunos ejemplos de cómo estos blogs no caerán porque tampoco lo han hecho otros espacios. Empecemos por la prensa. En el kiosco del barrio podemos encontrar varias revistas de divulgación histórica: “Clío. Revista de Historia”, “Historia. National Geographic”, “La aventura de la historia” e “Historia y vida”. A fecha de noviembre del 2016 la primera tiene publicados 181 números, la segunda 155, la tercera 218 y la última 583. Ahora fijémonos en las que suelen poner a su lado, porque para más INRI algunos kiosqueros confunden, aunque menos mal, esto ocurre cada vez menos, con las de verdadera divulgación histórica: “Año cero” con 316 números y “Enigmas” con 252 números, ambas tratan temas de arqueología desde un punto de vista pseudocientífico. Ahora voy a tomar como ejemplo la televisión. No creo que necesite más explicación si nombro los documentales de TV2 y los de canal “Historia” y “Discovery Channel”, aunque las audiencias exactas las desconocemos, sabemos que los segundos ganan por goleada a los primeros. Voy a poner otro ejemplo televisivo: “Cuarto milenio”, ¿para qué decir más? Y no, no me vale la defensa de estos canales como divulgadores de historia porque no lo son. Hay muchos más ejemplos, pero creo que con esta argumentación dejo bien patente que si este tipo de producción se mantiene durante años en otros medios con las webs y los blogs ocurrirá lo mismo, aunque cerremos los ojos. Así que los blogs que se caen no son los que tienen peor contenido sino los que por su aspecto son menos atractivos para el lector, así que realmente todo se reduce a eso: pura imagen, es decir, marketing. Un blog puede tener unos contenidos buenísimos, pero si su diseño está anticuado dejará de tener visitas y terminará cayendo en el olvido de visitantes y, con el tiempo, de su desalentado autor.

Así que de nuevo volvemos a la pregunta que más arriba he hecho: ¿Quiénes nos visitan? No dudo que esas revistas y programas tengan sus seguidores específicos defensores de extraterrestres y annunakis, pero… ¿y esa otra parte del público que sigue estos programas porque creen que divulgan la verdad porque su formación no es solida? ¿Y todos esos que lo hacen porque se fían de estos programas porque creen que algo no cierto es imposible que se esté transmitiendo por estos medios?
No podemos culpar a la mala formación del público, eso es lo fácil y no es la solución, debemos contraatacar esa mala formación con nuestras propias armas: una divulgación “profesionalizada”, competente, disciplinada y responsable.

Pero conseguir que esas personas dejen de creer que la arqueología es como se la pintan en programas pseudocientíficos es difícil si no hablamos el mismo lenguaje que ellos, el lenguaje de la sencillez (que no el sencillo) y proponemos temas que puedan resultar cercanos y atractivos a los lectores, que consigan atraparlos en nuestras redes para que nos sigan y aprendan y… ¡se diviertan! Debemos acercarnos al lector, pensar como él, escuchar a nuestros vecinos, a los viajeros de metro o los tertulianos de un bar de barrio. La gente quiere aprender y saber, el problema es que no son capaces de diferenciar la calidad y ahí tenemos nosotros, los divulgadores “profesionales”, que entrar en el juego.

Para ello creo necesario quitar todas esas comillas que llevo poniendo en este texto con la palabra “profesional” de la divulgación. Debemos sentirnos PROFESIONALES con mayúsculas pero sobre todo que la gente y los lectores nos lo consideren, que seamos fiables para ellos como lo es Iker o cualquier otro pseudodivulgador. Preguntémonos entonces cómo conseguir ese crédito. Debemos profesionalizarnos y sentirnos respaldados por ese “sello de calidad”.

María Engracia Muñoz-Santos

Fuente de la Imagen: WAZO

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